Texto y fotografías: María Berini Pita da Veiga
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No hace demasiado tiempo que me enteré que el 29 de septiembre se suele festejar el Día de Unamuno, pues en dicha fecha nació el célebre escritor y pensador español en la ciudad de Bilbao. Tanto en esta última, por ser su ciudad natal, como en Salamanca, la capital universitaria donde pasó buena parte de su vida laboral, se celebran cada año diferentes homenajes. Es el caso, por ejemplo, de la Casa-Museo de Unamuno, hogar del escritor en sus tiempos de rector de la Universidad (podéis leer sobre ella en esta entrada que publiqué sobre la ciudad)
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Yo, a través de esta entrada, publicada en mi blog hoy 29 de septiembre, Día de Unamuno, pretendo rendir tributo al escritor vasco, dando a conocer su faceta viajera gracias a un libro publicado en Alianza editorial, titulado “Por tierras de Portugal y España”. Recoge esta obra una serie de artículos escritos por Miguel de Unamuno y Jugo, en los que expresa sus impresiones acerca de diferentes puntos de la geografía española y portuguesa, fruto de sus viajes por la península en la primera década del siglo XX (entre 1906 y 1909), así como sus ideas sobre lo que es viajar, entre otros aspectos.
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Precisamente sus apuntes sobre lo que es viajar y lo que España ofrece al viajero son, desde mi humilde punto de vista, la mejor aportación de esta obra. Del artículo titulado “Excursión”, firmado por el autor en Bilbao en agosto de 1909, sacamos reflexiones tan interesantes como las siguientes, que nos ayudan a valorar el enorme patrimonio del que goza nuestra tierra:
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«España, se ha dicho muchas veces, está por conocer para los españoles. (…) Hay aquí (…) no pocos que sin conocer el resto de España, sin haber viajado por ella, sin haber visitado rincones llenos de historia, de leyenda, de poesía y de paz de Castilla, Aragón, Extremadura o Andalucía, se han ido a viajar por Francia, Italia o Alemania.
(…)
Y os aseguro que pocos países habrá en Europa en que se pueda gozar de una mayor variedad de paisajes que en España. Costas llanas y mansas y costas bravas de rocosos acantilados, vegas y llanuras, páramos desiertos, montañas verdes y sierras bravas…, de todo, en fin.»
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Reconozco que me hizo especial ilusión comprobar que comparto con Unamuno, uno de los personajes más destacados e influyentes de la cultura española del siglo XX, una pasión romántica y desbordante por la ciudad de Ávila (a la que le dediqué esta entrada hace algún tiempo). A propósito de ella, el escritor vasco nos brindaba en su artículo “Ávila de los caballeros”, firmado en Salamanca en el año 1909, frases tan bellas como las siguientes:
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«En el aspecto íntimo del arte, para el que busca sensaciones profundas, para el que tiene el espíritu preparado a recibir la más honda revelación de la historia eterna, os digo que lo mejor de España es Castilla, y en Castilla pocas ciudades, si es que hay alguna, superior a Ávila. (…) el que quiera columbrar lo que pudo antaño haber sido, vivir en el fondo del alma, ése que vaya a Ávila; que venga también a Salamanca»
«Lo primero que echará de ver en Ávila serán sus murallas, aquellas recias murallas, con sus grandes cubos, que la convierten en fortaleza y en convento, y que impidiéndole crecer y ensancharse por tierra hacia los lados, parece como que la obligan a mirar al cielo»
«Nunca olvidaré la tarde – fue en noviembre pasado – en que desde uno de los torreones de las murallas de Ávila, contemplaba la Catedral y la basílica de San Vicente, y cómo sentía entonces henchida mi alma de aliento de eternidad, de jugo permanente de la Historia»
«Y así es. Esa ciudad de Ávila, tan callada, tan silenciosa, tan recogida, parece una ciudad musical y sonora. En ella canta nuestra historia, pero nuestra historia eterna, en ella canta nuestra nunca satisfecha hambre de eternidad»
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También me agrada mucho ver otra coincidencia entre los viajes de Unamuno y los míos, a propósito de las Islas Canarias, en concreto la de Tenerife. Ambos las visitamos y las aprendimos a ver con ojos históricos y culturales, tal y como se merecen (y así lo reflejé en dos artículos, uno sobre Tenerife y otro acerca de La Laguna). En el artículo titulado “La Laguna de Tenerife” (1909), el escritor vasco se deleitaba comentando hechos históricos y mitológicos sobre la existencia del archipiélago, y también sobre la conquista de la isla por los españoles, deteniéndose especialmente en la ciudad histórica de San Cristobal de la Laguna. Recojo en esta entrada algunas notas hermosas del citado artículo.
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«Del mar surgió en un tiempo esta isla, como las otras Islas Canarias, en poderosa conmoción (…). Porque estas islas, por tanto tiempo envueltas en la bruma de la leyenda; estos Campos Elíseos, estas Islas Afortunadas (…) estas islas fueron un alzamiento volcánico de las entrañas de la tierra, fue como si éstas levantaran su caldeado pecho a que se refrescase en el mar, a ver el cielo.»
«Me apresuré a subir a la ciudad de la Laguna, a la ciudad de los Adelantados. (…) En la Laguna, un silencio y una soledad que se me metían hasta el tuétano del alma. (…) Unas calles largas, largas como el ensueño; en el fondo, una torre oscura tronchada. Acá y allá, casas con salientes miradores de madera, de celosías, pintados de verde por lo común; unos miradores muy típicos, tras de los cuales se adivina a la dama que espera, que espera desde hace siglos; a la misma dama de los tiempos del Adelantado.»
«Y después de todo, el español casi nunca ha exterminado las razas indígenas de aquellos pueblos que ha conquistado, sino que se las ha asimilado, se ha fundido con ellos; (…). Y aquí, en las islas Canarias no exterminó a los guanches, sino que se fundió con ellos, fusión tanto más fácil cuanto que probablemente no eran, en el fondo, sino ramas de un mismo tronco (…)»
«Allí cerca levantaba a las brumas del cielo la nevada cabeza el gigantesco Teide y en sus entrañas se agitaban los fuegos de las entrañas de la tierra. Y de ordinario nada señalaba estos fuegos volcánicos, como no fuese una columna de humo, siempre igual, siempre mansa, siempre rutinera, que iba a perderse en las brumas, en las brumas del ensueño.»
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Variados viajes realizó Unamuno por el vecino Portugal, al que dedica buena parte de los artículos en el libro que estamos a comentar. Compartimos ambos un viaje por el norte del país luso, parando en Braga y en el Santuario do Bom Jesus do Monte. No recoge en los artículos “Braga” y “O Bom Jesus do Monte” párrafos tan poéticos como los anteriores, pero sí denota en ellos un gran conocimiento de su historia, muestra del interés que tenía por profundizar en la identidad de cada lugar que visitaba, como normalmente intento hacer yo también en mis viajes. Prueba de ello son estos breves apuntes:
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«Y a Braga fui, a la antiquísima Braga, a la Bracara Augusta de los romanos (…). A Braga, que fue corte de los reyes suevos más de siglo y medio, allá por VI (…). Y allá fui, atravesando tierras de esa mimosa provincia del Miño»
«Ahora me queda contaros del Buen Jesús del Monte, que es la razón de ser de Braga para los turistas.»
«Bajé del Bom Jesus a pie, por las escaleras monumentales, flanqueadas de templetes. (…) Hay que convenir en que esta monumental bajada –y subida– del Buen Jesús del Monte de Braga es, además de amenísima y muy frondosa, instructiva también»
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Alcobaça, Guarda, Yuste, Gran Canaria o Aralar son otros de los lugares a los que Unamuno dedica sus palabras en “Por Tierras de Portugal y España”. Lugares interesantísimos y llenos de historia, objetivos pendientes en mi lista de viajes importantes, sobre las cuales espero algún día poder escribir una entrada en este blog, y, en consecuencia, homenajear de nuevo a Unamuno, reproduciendo fragmentos de sus maravillosos artículos viajeros.
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