Texto y fotografías: María Berini Pita da Veiga
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Tengo que hacer un gran esfuerzo por no resultar pesada hablando sin parar de Galdós, Pereda o Pardo Bazán. ¡Pero es que me gustan tanto…! La literatura española del siglo XIX alcanzó niveles tan altos que a este período se le conoce como el Siglo de Plata ―el de Oro, sabemos, lo encabezan Cervantes, Góngora o Quevedo―. Pues como para no escribir sobre ellos, ¿verdad? Leer las novelas de estos autores me ha hecho vivir momentos tan felices que me siento en permanente deuda con ellos, y por eso, siempre que puedo, intento honrar su figura y divulgar su obra siguiendo el enfoque de esta página web, el de los viajes patrimoniales.
Después del inesperado éxito del reportaje dedicado a la Ruta Eskorbuto en Santurce ―10.000 visitas en tan sólo una semana― toca cambiar la música por la literatura pero sin desplazarnos demasiado, puesto que la ciudad hoy protagonista también se sitúa en el Cantábrico. En esta entrada me gustaría escribir sobre la estrechísima relación de Santander con el mejor escritor español después de Cervantes, el canario Benito Pérez Galdós.
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Comenta el mayor estudioso sobre el tema, Benito Madariaga de la Campa ―podéis consultar la bibliografía al final de la entrada― que Santander fue para Galdós no sólo una ciudad de veraneo, sino un lugar donde el escritor residió durante largas temporadas, de 1871 a 1917, es decir, durante más de 47 años. Y fue más que eso porque allí disfrutó de una satisfactoria vida familiar y social a la vez que se dedicaba a su oficio de escritor. En la capital cántabra Galdós escribió un buen número de novelas y episodios nacionales, disfrutó de la amistad de su colega José María de Pereda y también tuvo tiempo para algunas aventuras amorosas, como la que mantuvo con Lorenza Cobián y que dio como fruto a su única hija reconocida, María.
Galdós conoce Santander en 1871 y se despide de ella en 1917, año en el que la visita por última vez. Tantos años de residencia intermitente en la ciudad, primero en casas alquiladas y más tarde en el chalet que manda construir cerca de la Magdalena, bautizado como «San Quintín», permiten afirmar que la biografía del escritor canario no se entendería sin hablar de su estrecha y profunda relación con Santander. Él mismo, en algunos escritos, se refirió a Cantabria como su segunda patria. En ella Galdós desarrolló todas sus facetas personales y profesionales y pocos lugares fueron tan significativos para él. Las Palmas, Madrid y Santander, los tres espacios de su vida. Prueba de ello es que, a pesar de las deudas que le asfixiaron durante su vida, hasta el último momento se resistió a vender su residencia santanderina.
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Como decíamos, Galdós visita por primera vez Santander en 1871. Según extraemos del prológo que escribió a la novela «El sabor de la tierruca» de su amigo Pereda, lo hizo motivado por conocer al autor de «Escenas montañesas», obra que le causó un fuerte impacto, aunque todos sus biógrafos apuntan a que esta afirmación no es creíble y tan sólo se trataría de una mera cortesía hacia su amigo. En aquel año nuestro protagonista tenía 28 años y Santander era ya una ciudad de moda para veraneantes burgueses, en competencia con la afamada San Sebastián ―y no olvidemos que en 1913, con la construcción del Palacio de la Magdalena para las estancias estivales del rey Alfonso XIII y su familia, acabó por consolidarse como destino social―. No sabemos a ciencia cierta qué motivó aquel primer viaje de nuestro protagonista a Santander, pero sí sabemos que lo hizo acompañado de su familia. Es fácil pensar que Galdós, nacido en una ciudad costera como Las Palmas, valorase las bonanzas de una localidad bañada por el mar y que goza de un clima templado. En aquel primer viaje de 1871 conoció a Pereda y en lo que coinciden todos los biógrafos es en que el escritor de Polanco sí fue el culpable de que Galdós volviese a Santander con tanta frecuencia.
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Desde 1871 hasta 1890, las estancias de Galdós en la capital cántabra se alternan en el tiempo sin disponer de residencia propia. Es en 1890 cuando tiene lugar la compra del terreno donde construirá una casa con jardín, el palacete de San Quintín, en estilo ecléctico. Se trata de un privilegiado solar próximo a la península de la Magdalena y a las playas del Sardinero. El proyecto se realizó en varias fases, participando activamente el escritor en la medida de sus posibilidades.
El estreno oficial de la vivienda tuvo lugar un 9 de marzo de 1893. En palabras de Pereda a Menéndez Pelayo por carta, por aquel banquete inaugural «se armó un buen cisco» en la ciudad. El periódico El Correo de Cantabria publicó un artículo haciendo referencia a que en esta nueva vivienda Galdós exhibía una mascarilla de Voltaire y un ejemplar de «Le Socialisme contemporaine», lo que derivó en acusaciones de masón e invitación a no leer sus obras por parte de los sectores más conservadores de la ciudad, a través, por ejemplo, del diario La Atalaya. Sin embargo, el escritor siempre supo encajar las críticas con total discreción y ningún episodio desagradable le llevó a desvincularse de Santander.
En el jardín de San Quintín el visitante podía encontrar desde una huerta con árboles, rosales y hortensias, hasta parcelas para cultivos agrícolas, así como dos bancos fijos, adornados con azulejos, que todavía se conservan. El palacete tenía una planta baja con sótano y dos pisos. Conocemos muchísimos detalles de cómo era el interior de esta residencia ―lucían en ella un piano y un armonio, un grabado del Cristo de Velázquez o una figura de Wagner― y de los libros que conformaban su biblioteca, con títulos en varios idiomas ―inglés, francés, italiano o español― de temas variados como Literatura, Historia, Filosofía y Bellas Artes. En una carpeta guardaba los dibujos que realizaba a lápiz y a pluma, así como acuarelas y óleos de motivos marítimos que él mismo pintaba. El espacio más personal era el estudio, donde guardaba fotografías dedicadas y otros objetos sentimentales.
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La jornada de trabajo en Santander se iniciaba muy de mañana. Galdós se levantaba a las cinco en punto, cenaba a las ocho y se acostaba como muy tarde a las nueve y media de la noche. Escribir ocupaba buena parte de su día, pero en Santander el escritor no sólo trabajó en sus escritos, también disfrutó de descansos en la playa y momentos tranquilos en su casa. Desde el jardín de San Quintín don Benito lanzaba globos ―curiosa distracción―, cuidaba a sus queridos animales ―de gansos a perros― o descansaba en una hamaca amarrada a un pino. La familia también estuvo muy presente, pues allí reside con su hermana, sus sobrinos, su cuñada viuda, etc. En la decisión de hacerse residente en Santander seguramente influyó también el nombramiento de su hermano Ignacio Pérez Galdós como gobernador militar en 1879.
La vida social de Galdós en Santander nos lleva a hablar de personajes de todas las índoles. Antes de tener casa propia, asistía a la tertulia marinera que se celebraba en la velería de Daniel Anavitarte y frecuentó en compañía de Pereda el Café Suizo. Una vez propietario de San Quintín, también despacha visitas y organiza tertulias, si bien las visitas en general le molestan porque le roban la intimidad familiar. Si hablamos de sus relaciones sociales en Cantabria, por supuesto conviene empezar citando a su íntimo amigo Pereda, pero también a otros escritores ―Menéndez Pelayo, Amós de Escalante, Estrañi―, hombres de ciencia, toreros, artistas de teatro, políticos, etc. ―Gregorio Marañón, Concha Catalá, Margarita Xirgu, Pablo Iglesias―. Por San Quintín pasó también Emilia Pardo Bazán, amiga y amante. Fue en el año 1894, de paso que la escritora tomaba las aguas en el balneario de Ontaneda. Vida social pero también viajera fue la que llevó don Benito en Cantabria, pues desde Santander visitó por tren numerosos pueblos pintorescos de la tierruca y de las dos Castillas, Navarra, País Vasco o Cataluña.
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La amistad entre Galdós y Pereda merece capítulo aparte y es una de las historias más inspiradoras que he conocido en mi vida. Respeto y admiración hicieron posible la amistad entre dos personas antagónicas. Pereda era tradicionalista y católico, de temperamento nervioso, buen conversador, irónico y polémico. Galdós, por el contrario, republicano y anticlerical, con un carácter introvertido, dulce y más dado a la escucha que a la palabra. Ambos opinaron libremente de las creaciones del otro, como así atestiguan sus cartas, expresando sus desacuerdo pero también alabando los aciertos. ¡Cuánto podemos aprender de su ejemplo! Con su amigo Pereda Galdós recorrió Cantabria pero también disfrutó de su compañía durante otros viajes, como el que realizaron a Portugal. En la localidad cántabra de Polanco ―espero publicar un reportaje sobre el escritor costumbrista en los próximos meses―, en un extremo del jardín de la residencia estival de Pereda, un monolito recuerda el árbol que plantó Galdós como fruto de la bonita relación entre ambos.
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En 1917 el doctor Gregorio Marañón, dado el delicado estado de salud de nuestro protagonista, le desaconseja volver a viajar a Santander. Es, por tanto, el año en el que Galdós se despide de una ciudad tan importante en su vida. Ahogado por las deudas y con la residencia hipotecada, en 1919 sabemos que su abogado y albacea recibe un poder para consumar la venta de San Quintín y que se le entregue el dinero a plazos. Galdós fallece al año siguiente, en 1920, y la herencia pasa a su hija María, quien hace todo lo posible para convertir la casa en un museo galdosiano, pero diversas vicisitudes frustraron el proyecto durante las siguientes décadas. En 1940 la casa fue comprada por un particular, quien la reforma por dentro y por fuera, de ahí que el aspecto actual no permita casi reconocerla, sino fuese por la placa de azulejos insertada en el cierre ―al final de la entrada adjunto algunas fotografías de la época para contrastar―. Parte de las pertenencias de la residencia fueron a parar a los fondos de la Casa-Museo de Las Palmas de Gran Canaria, pero otra buena parte ―incluidos manuscritos, cartas y otros objetos― se perdieron o vendieron a particulares.
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La influencia de Cantabria en su carrera literaria se puede analizar desde una doble vertiente. En primer lugar, diferenciamos las obras allí escritas, durante sus largas y fructíferas estancias: episodios, novelas, teatro, artículos… La cifra aproximada que ofrece Madariaga de la Campa apunta a ocho novelas, catorce episodios y más de once obras de teatro. Pero la tierruca también influyó en su obra desde otra perspectiva, la de la ambientación, puesto que novelas como «Rosalía», «Doña Perfecta», «Gloria» o «Marianela» están fuertemente entroncadas con Cantabria. Castro Urdiales, Santillana, Laredo, Torrelavega y la propia Santander inspiraron a Galdós en sus creaciones. Así, por ejemplo, en «Gloria» encontramos una bonita descripción de la playa santanderina del Camello, y las minas de Mercadal, cerca de Torrelavega, se identifican con el espacio donde transcurre la acción en «Marianela». Pero durante sus estancias en Santander Galdós también recogió notas históricas y redactó discursos y prólogos. En definitiva, su actividad literaria en la Montaña fue ardua y productiva.
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Para terminar y a raíz de lo comentado, a día de hoy sólo es posible evocar la figura de Galdós visitando algunos puntos de la ciudad, puesto que, muy injustamente, Santander no cuenta con un espacio museístico que honre al escritor y recuerde sus fecundas estancias en la capital cántabra. La ruta galdosiana que yo realicé este verano comenzó en el Paseo de Pereda, junto al grandioso monumento que recuerda a este escritor, íntimo amigo de nuestro protagonista. Desde allí, contemplando la preciosa bahía de Santander, fui paseando hasta llegar a la avenida de la Reina Victoria, donde podemos contemplar el aspecto actual de San Quintín desde abajo. Bordeando la calle, conseguí subir hasta el otro extremo de la finca, para ver el aspecto de ella desde arriba. Vale la pena esta maniobra para bajar después hasta la playa del Camello disfrutando de las privilegiadas vistas de las que gozan estos palacetes. En la bajada a la playa del Camello, una escalera monumental recuerda el pasaje de la novela «Gloria» que describe este rincón de Santander. Desde allí un largo paseo nos adentra en la lujosa zona del Sardinero, con sus hoteles y casinos en medio de dos enormes playas, repletas de bañistas aquel día. Entre ambas, en medio de las curiosas especies arbóreas del Parque de Mesones, una escultura recuerda a don Benito. Porque, aunque nacido en Canarias, tenemos claro que Galdós fue un ilustre santanderino. Y merece todos los homenajes posibles.
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Entrada dedicada a mi amigo J., por su estupenda compañía cada vez que visito Santander y por todas las aportaciones que me ha hecho durante estos años, en temas relacionados con Cantabria pero también en tantos otros. ¡Gracias!
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BIBLIOGRAFÍA Y OTROS RECURSOS
MADARIAGA DE LA CAMPA, B. (2019). Galdós y Santander. En Benito Pérez Galdós. La verdad humana. Madrid: Ministerio de cultura.
MADARIAGA DE LA CAMPA, B. (2005). Pérez Galdós en Santander. Santander: Estudio
MADARIAGA DE LA CAMPA, B. (1984). Menéndez Pelayo, Pereda y Galdós: ejemplo de una amistad. Santander: Estudio
MADARIAGA DE LA CAMPA, B. (1979). Pérez Galdós. Biografía santanderina. Santander: Institución cultural de Cantabria
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